No podemos entender ni el origen ni el porqué del universo y
buscamos un creador como explicación, aunque esto nos devuelva al mismo enigma
de partida, pues queda entonces por aclarar el origen y el porqué del creador.
Para resolver ese pequeño contratiempo sin importancia los creyentes aseguran
que al creador no lo creó nadie, que allí estuvo siempre, y así zanjan el
problema. Lo único cierto es que el universo es un misterio inconmensurable del
que todavía no hemos podido ni tan siquiera rasgar el envoltorio de sus
secretos. Y es tanto el miedo, la angustia y la zozobra que nos produce el no
comprenderlo, que desde los albores de la humanidad hemos necesitado forjar una
respuesta a medida de nuestra corta capacidad de discernimiento. Dioses con
ojos, dioses con barba, dioses de múltiples brazos, dioses desnudos y vestidos,
dioses de ojos redondos y rasgados. Dioses negros. Dioses blancos. Dios es toda
la respuesta que nuestras pequeñas mentes han sido capaces de encontrar para
explicar lo inexplicable. Dios no es otra cosa que nuestra pobre e infantil
solución a un problema irresoluble. Dios no nos necesita, pero nosotros sí lo
necesitamos a él, y es por ello que hace mucho, muchísimo tiempo, que el hombre
decidió crear a Dios a su imagen y semejanza, y no al revés.