martes, 1 de febrero de 2011

El patio de recreo

El mundo está lleno de dictaduras. A unas se las castiga con el embargo, como a Cuba, a otras se las tiene por amigas y aliadas, y a otras no sólo no se las denomina como tales, sino que hasta se las considera tan benignas, y tan necesarias, que cuando un día los medios nos informan a los ciudadanos de que allí, o allá, existe un dictador que lleva treinta años haciendo lo que le da la gana, se nos queda cara de bobos. Se nos pone expresión de, esperen, verán, es que yo vengo leyendo los periódicos y viendo los telediarios hace treinta años y ustedes no han llamado a este señor dictador ni una sola vez. Y de pronto, sí, qué bien, por fin, menos mal que la gente quiere democracia, claro, claro, que se la den. Alucinante. Y luego, como olvidarla, está la otra dictadura, la grandísima dictadura, China, con la que no solamente el mundo entero negocia, ante la que el mundo entero agacha la cabeza, con la que todo el mundo traga y contra la que no hay la más mínima crítica. Peor aún, ojala y fuera solo eso, es que todos parecen envidiarla y querer ser como ella. La próxima gran potencia la llaman. La economía que más crece. Qué maravilla. El espejo en el que se miran las economías occidentales. Hasta ese grado de ruindad hemos llegado. Ahora resulta que las democracias admiran y respetan lo que hace un país gobernado con mano de hierro por el partido comunista. Pero por supuesto eso será solamente y puntualmente y exactamente hasta que los chinos hartos de mordazas y represión, hartos de miedo y de cárceles de por vida por pensar diferente, hartos de que les digan lo que pueden o no pueden ver por televisión y qué páginas pueden consultar en internet, hartos de eso y de mucho más, salgan a la calle a reclamar la libertad que nosotros pensamos que ellos no se merecen, porque recordemos que solamente los cubanos, pobrecitos, merecen ser rescatados de las garras de su feroz dictador. Los chinos no. Los chinos que trabajen y produzcan para occidente sus cacharritos baratos, sin derechos humanos que valga, ni libertad de expresión, ni jornadas laborales, ni fines de semana, ni vacaciones, ni edad mínima de trabajo, ni máxima, ni media, ni tres cuartas partes, ni melindres que valgan. Qué sigan así, los chinos, como han estado los egipcios de Mubarak, como estuvieron los tunecinos de Ben Ali y los chilenos de Pinochet, como estuvimos los españoles de Franco, sin que el mundo levante una mano en señal de ayuda, hasta que la hora sea apropiada, hasta que las masas se echen a la calle, y entonces todos dirán democracia sí, seguro, por supuesto, cómo negársela, se la merecen, siempre los hemos defendido, claro, que se la den, es su derecho, han sufrido, se han cansado, se la han ganado, sí, sí, les apoyamos, por supuesto que les apoyamos, casi con la misma fuerza con la que antes apoyamos a sus dictadores durante décadas, aunque tal vez con la boca más pequeña, que ya sabemos que más vale dictadura amiga conocida que democracia no se sabe cómo por conocer. Mientras tanto, sigan embargando a Cuba, y con ella salvan su cara de defensores de nadie sabe bien qué. Porquería de democracias occidentales, matones de colegio venidos a menos que incapaces de meterse con los de su tamaño, se ponen a hacer el macarra siempre con el más pequeño, el único al que pueden amedrentar en el patio de recreo.