sábado, 4 de septiembre de 2010

Un santuario en la mina San José

Sí, un santuario para conmemorar que a pesar de que Dios les tiró la montaña encima, ahora los hombres, que descienden del mono, se las ingenian para desafiar la voluntad divina y rescatarlos con vida. Cuando se les pregunta a los curas que por qué Dios no hace nada para arreglar los males del mundo te contestan que él no interfiere en los asuntos de los hombres. Pero de repente los del cielo, cuando están colocados, reparten milagros a su antojo y al clero eso les parece normal. O sea, que sí que interfiere, pero cuando le da la gana solamente. Parece que su poder divino es tan caprichoso como el de los hombres. No es de extrañar, ya que lo hemos creado a nuestra imagen y semejanza. Negro para los negros, con barba para los ortodoxos, blanco para los occidentales, con pelo y sin pelo, desnudo y vestido, todos queremos nuestro Dios y nuestro santo, y eso que a Moisés se le prohibió que adorase imágenes. Pero tenemos más patronos y patronas que deidades hay en el hinduismo. Somos adoradores de estatuas y más politeístas que los griegos y romanos juntos. Tenemos santos para los mineros, para los marineros, para la policía, para los agricultores, para los profesores y para los ciegos. Perdonen este arrebato mío de cinismo, es que yo pensaba que lo peor que les podía pasar a esos 33 hombres era que su más que probable largo aislamiento bajo tierra se convirtiera en un reality show, pero con curas y pastores evangélicos hemos topado. Un santuario dicen. Mejor sería que hicieran en ella una cárcel para encerrar a todos los patronos de minas que funcionan en condiciones inhumanas. Una cárcel para ellos y para los curas y que Dios se encargue de sacarlos con uno de sus milagros.